19 de agosto de 2020

El arte imperfecto

El arte de encontrarme contigo tras el paso del tiempo. El momento en el que casi morimos, pero se marchó rozando el larguero y al segundo intento tocó al palo. El sobrevivir al presente para llegar en un segundo al después. El abrazarte por no caer al vacío del horror. El "que hubiera pasado si..." del temblor, el que finalmente produce el vivir amarrados al vehículo de la esperanza o el del rumor de las olas al chocar contra la orilla del recuerdo.

El arte de tu sonrisa, de cómo me miras, de compartir tu alegría y tus miserias. Hasta admiro ese arte que nace de la distancia, de hacerme sentir que nunca es tarde para renovar una ilusión pasajera, que no es tarde para el querer, el renacer. Para sentirme, revivirme y volver a hacerme mía tras un largo nada, un profundo color negro, ese que otorga la falta de cualquiera de los cinco sentidos.

El arte de jugar al borde del precipicio, sobre la cuerda floja, como un funambulista imbatible en medio de la tormenta. Echar la cabeza hacia abajo, valiente, con los brazos a noventa grados, y al mismo tiempo mantener a flote el vértigo en la mirada, en la utopía que provoca el frente a frente de cuatro ojos. Un tú a tú, cuerpo a cuerpo, tambaleando los cimientos que creías asentados en unas bases de barro, sudor y tormento.

El arte de no ser arte. De no saber su concepto, ni su significado, ni su objetivo, ni su pretexto. De estar mucho más lejos que eso, más allá de los límites de la perfección de estereotipos vacíos de todo contexto. El arte de no esperar nada a cambio y solo dar para recibir una canción, un poema de desamor en forma de “hasta luego, quién sabe si nos veremos de nuevo”.

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