Fácil. Plantas, crece y echa
frutos. Pues bien, eso solo pasa con las semillas. Las obras no se gestan de
igual manera, ni alcanzan cierto éxito como sube la espuma. El artista, el
escritor, el autor… crea a verlas venir, como aquel que dice. Y con suerte, su
pequeño niño, su creación, alcanza algo de audiencia. Vende. Estamos en un
momento en el que el arte se empieza a valorar. En el que el mundo de la
música, la poesía, el teatro o el cine han experimentado un cierto auge de
autores. Sí, yo lo pienso así. Están surgiendo creadores. Poco a poco dejamos
de estar sumidos en la mierda absoluta, en un país de catetos intelectuales que
solo hablan de crisis y politiqueo barato mientras consumen helados en el sofá de
su casa frente a una televisión pulsando el canal cinco. Y lo pienso y de verdad
lo siento así, tal y como lo explico, porque la gente “en estos tiempos que
corren” busca esperanza y por consecuencia busca arte. Busca sumirse en libros,
inventar en poesía, meterse en un teatro y disfrutar. Disfrutar de algo que por
un tiempo se tuvo perdido y ahora asoma a poco su cabeza. Tenemos recitales
casi a diario por Malasaña, Lavapiés o La Latina. Obras de teatro casi por
donde queramos. Música a un clic. Poseemos el privilegio de tener soñadores que
apuestan por una sonrisa, que cobran con aplausos. Y eso sí que creo que no se valora.
Regalémosles nuestro tiempo, oídos y sentidos. Hay obras que desgraciadamente
mueren antes que el artista. Es como ver morir a un hijo. Algo que con tanto
esfuerzo has hecho crecer, muere, desaparece al no ser contratado, al no querer
ser editado, al no ser esponsorizado. Eso es lo triste. Hay que consumir,
consumir cultura. Cultura nueva. Por favor, no dejemos que el artista sobreviva
a su obra.
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