12 de agosto de 2017

Mundo animal

El pequeño niño que se separó de la cuna crece ahora entre leones, serpientes y arañas. "La selva no está preparada para mí," piensa. Pero, ¿habrá pensando si él está preparado para ella?
Intenta escalar las montañas más altas, alcanzar los árboles con más frutos, cruzar los ríos más peligrosos y profundos. Hubo un día que dijo que no le importaría colgar de una rama en el punto más peligroso del Nilo. Ahora puede, pero no se da cuenta de que el miedo se ha convertido en pánico, no hay placer, hay dolor, hay peligro, daño. Ahora le acecha el hueco del sinsentido, de los sentimientos, el recuerdo de que un día no pudo. No tenía ni idea de lo que llegaría a ser salir de su zona de confort. Lo veía como una aventura maravillosa, solo alegría, victorias, se olvidó de las espinas en las rosas, arco iris, corazones y margaritas... todo sonrisas.
Pasó de mirar el árbol desde abajo, en tierra firme, a ver cada rugosidad intentando alcanzar la copa. Desde el suelo no advertía los gusanos haciendo su casa en la corteza del árbol. Las hojas que caían en otoño las fotografiaba, ahora, al trepar, le caían en la cara estorbando en su mirada. Todo el tiempo miraba hacia abajo, al pasado, recordando momentos de cuando veía aquel árbol florecer y soñaba con treparlo. Aquellos recuerdos en los que se veía juzgando a otros niños que no podían subir a un manzano.
Se vistió en su piel, se atrevió a trepar, a soñar. No sabe cuando llegará a la copa, ni el sacrificio que le costará. Pasará sequía, se secarán las hojas, verá la ciudad teñida de blanco y niños al fuego de la chimenea. No importa. Mirada arriba, meta en la copa. El pequeño niño no solo sueña con un tiempo en el que la primavera haga florecer su escalada. Hace de cada estación una sonrisa, de cada caída una moraleja, de cada gusano un amigo, de cada paso un camino. De la cima, el objetivo.
"Estoy preparado para la selva," se atrevió a gritar.

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