Nota: me gusta ver la forma en la que la multitud espera el
semáforo. Ahí es donde se distinguen las prisas y la timidez de algunos que son
educados y ceden el paso. Peatón rojo, peatón verde, peatón rojo, peatón verde,
peatón rojo…, verde. Es como el inicio de una carrera cada cinco minutos:
preparados, listos, ya. Con cada pasada de pelotón cambia el grupo, diferentes
pelos, ropas y diferentes prisas. El niño agarrado de su madre, el agazapado
detrás de su abuelo, las mujeres charlando, el garrulo de tirantes, el joven
sociable que se aparta, los que discuten como cotorras, los silencios ausentes…
Siguiente pelotón y siguientes diferencias. Rojo, ¡verde! Me gusta mirar cómo
se disgrega la tropa que espera la señal y se dispersa en racimo por el paso de
cebra. Uno a uno. Aún incapaz de contarlos a todos, intento sumar cada
montoncito de anónimos antes de que se ponga en rojo otra vez. Me tomo mi
tiempo. Soy una mujer que espera. Los peatones se borran cuando pasan la esquina
en la que yo me siento a esperar y aparecen otros. Él no. Un desfile de zombis.
De fantasmas con alma. Peces de ciudad.
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