26 de octubre de 2010

Puede que no te consuma y no te agote.


Y así sin más me fui a la mierda, cayendo deprisa al principio y mucho más lento según iba pasando el tiempo. Siempre hacia abajo. En una caída libre subacuática hacia ninguna parte en concreto, pero, con algo de suerte, hacia mí.
Al principio la desorientación fue absoluta, al camino se desdibujo de golpe y, cómo un muerto con su último tibio aliento escapando de entre mis labios, caminé hacia la luz que tenía en frente. No sabía qué era ni qué hacía allí. Caminé hacia la luz sabiendo que eso se esperaba de mí. Inercia, rutina, apatía... puedes llamarlo como quieras. Llegué a esa luz y, al estar allí vi que no calentaba. Me acerqué tanteando ese globo blanco y radiante, brillante y en cierta manera cegador. Y estaba frío, helado. Sí, me iluminaba pero a la vez hacía aumentar las sombras a mi espalda.
Me camuflé, me hice con ese nuevo entorno que debía ser mío. Siempre he sido terriblemente pragmática y poco a poco me sentí cómodo en esta luz sombría. Pero el frío se me colaba dentro y solo algunas cosas me calentaban durante breves instantes. Me aferré con fuerza a esas cosas, pero era un calor pasajero, efímero y, en ocasiones, de terribles consecuencias no siempre previsibles.
Ahora sigo buscando en este ambiente, un poco más lejos de la luz cada día. Absorbo el calor de todo lo que me rodea y consumo todo cuanto está a mi alcance. Puedes acercarte, no temas. Puede que no te consuma y no te agote.
Aunque lo dudo.

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